jueves, 4 de diciembre de 2008

Mi murcielaguito albino.

Me acuerdo de mi chanchi. Tan blanca, inteligente. Todavia me acuerdo de ella y me baja una pena lagrimosa.

Asi como con congoja.

Como calambres en los ojos.

Era una perrita tan buena, tan noble, tan agradecida de nosotros. No hubo siempre ese cariño. Como con todas las personas, el cariño crece, no es instantaneo. Hace falta tiempo para querer tanto.



Me la encontre en la calle, era un par de orejas rosadas triangulares enormes, parada entremedio del pasto.

Me miró con su cara de murcielago inteligente, y me acerqué. Sabia que no podia acercarme a ella, porque iba a comprometerme y no la podia tener en la casa.

Asi que me detuve 2 segundos para mirarla con pena, y seguí pedaleando hasta mi casa.

Llegando a la casa, una congoja asi como desalmada me subía por la garganta y no me dejaba en paz. Asi que me baje de la bicicleta y me subí al auto.

Partí a buscarla no mas. Cara de raja como dicen los chilenos.

Tenia un poco de susto de no encontrarla, pero ahi inmediatamente me encontré con sus orejas paradas, echada debil casi agonizante en medio del pasto largo.

La agarré no mas, y la metí en una caja que subí al auto.

No tenia nada de pelo, era una cosa rosada. La sarna se la venia comiendo de a poco.

Por no contagiar a mis perritas la dejé en una zona aislada de ellas, y le puse un plato con comida y otro con agua. La dejé ahi, esperando que hacer con ella, y ahi quedó.

Estaba con pruebas y examenes y no tenía mucho tiempo. Cuando llegaba a la casa, llegaba cansado y no era una prioridad preocuparme de la allegada, asi que iba a verla, y notaba que no tenia agua.

Me volví para la casa.

Luego salí, y el plato del agua estaba afuera de la puerta. Le puse agua y se lo devolví.

Al otro dia, no habia comida. Me dije, despues le traigo, y me volví para la casa. Luego salí, y el plato de la comida estaba afuera de la puerta.

Eso ya no era una coincidencia.

Asi que al otro dia, la espié.

Fui a verla, y luego me volvi. Ella venia tropezandose con el plato entre los dientes, un plato tan grande como ella, arrastrandolo por el pasto.

Me convencí de su inteligencia y su ternura, y se quedó con nosotros para siempre. Nos robó el corazon a todos.

La llevamos a la veterinaria y le hicimos unos baños para la sarna. A las dos semanas fueron apareciendo capas de pelo blanco, blanco como la nieve que la envolvian entera, aclarando su piel rosada.

En un mes, se convirtió en una perrita blanca, blanca como enfermera, con sus orejas de murcielago siempre paradas, atenta, con su mirada inteligente observandolo todo.

Me gustaba andar con ellas. Me acompañaban a mis clases y me esperaban durmiendo en la puerta de la sala. Algunas veces entraban y se dormian entre mis pies.

Un dia, en clases me fueron a buscar.

No me dijeron altiro, pero el guardia me dijo que tenia una noticia mala que darme.

Me llevó a un mirador que daba a la carretera, y ahi de lejos vi su cuerpecito blanco tirado al medio del suelo.

Una amiga estaba conmigo cuando la vi.

Me di cabezasos contra un poste de fierro, mientras un mar de pensamientos de culpa y de arrepentimiento llegaban todos y cruzaban a borbotones mojandome la cara con agua salada que brotaba furiosa de tanta amargura, pena y rabia.

Fuimos a la carretera, y mientras los autos nos esquivaban, la tomé en brazos por ultima vez, todavia suave y su blanco todo manchado de sangre, la dejé a un lado del camino.

Un profesor me llevó a mi casa en su auto para enterrarla. Poroto se encontró conmigo en el camino.

Mi mama lloraba como si hubiera perdido un hijo, yo, como si hubiese perdido un hermano.

Ahi la enterramos, en el mismo lugar donde le llevabamos sus platitos.

Fui a ver su camita, y todavia tenia sus pelitos blancos y suaves, en el ultimo lugar donde durmió. Tomé todos los que encontré y los guardé todos en un sobre, que guardo en mi pieza como un invaluable recuerdo de una perrita noble que nos hizo a todos muy feliz.



No tan invaluable recuerdo, como los que tengo de ella en mi corazon.

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