miércoles, 9 de diciembre de 2009

Siguiendo con esta mala costumbre.

Esta monografía me tiene loco. Me tiene tan ocupado y nervioso que no se que va a pasar una vez que me titule. Cuando egresé de la carrera, estaba tan loco con los ultimos examenes, que cuando aprobé el ultimo ramo, dije:

- Ya fue mucho, ahora voy a descanzar un rato.

Y me di dos años. Eso es un poco mas que un rato.

Ahora estoy vuelto loco con esta monografia del orrrrto, y le pongo hartas erres, para que se entienda como lo diría si lo estuviera diciendo y no escribiendo.

El 95% de mis pensamientos se basan pura y en nada mas que en esta titulación bestia. No tengo un tema mental definido, sino mas que nada la presión de trabajar y trabajar. Y tanta presión agota y me atoro y me tranco y me taimo y al final me cuesta agarrar vuelo y quiero distraerme en algo, y derrepente no me doy cuenta y ya estoy haciendo cualquier cosa.

Menos mi monografía.

Claro, ahora que el fin es inminente, y existe una muy probable probabilidad de que sea probable de que no alcance a titularme este año, estoy con el doble de la presión sobre mi.

Bueno en fin.

Pero sigo siendo el mismo.

En cada cosa que hago se me ocurren cosas divertidas, y como no tengo tiempo o no quiero tener que distraerme, no escribo nada para no perder el tiempo en escribiendo cosas que me sigan retrasando. Pero y dale que dale en pensar leseras y porquerías graciosas que quiero contar y que la gente se ria.

Que mejor prueba de que sigo siendo yo?

Ayer mismo, me bajó un hambre voraz. De esas hambres en que miras a las personas con deseo. Ese deseo canibal, que los transporta mentalmente a una situación ficticia donde estan amarrados en un palo girando arriba de una hoguera.

Si, de esa hambre...

Encontré al refrigerador indefenso. El mismo refrigerador que mi mamá amenaza con ponerle llave. No había guardias ni moros en la costa, asi que estaban todas las condiciones para realizar un asalto exitoso.

Sigiloso como un gato, entro a la cocina y abro el frigider, como dicen algunos. Encuentro un Bol, que debe ser algo asi como un pocillo. Pero es mucho mejor que un pocillo, no ves que está en ingles?

Y este Bol, tenia mas o menos medio kilo de lechuga picada. Medio kilo es harta lechuga, pero exageremos un poco y pongamosle que eran 3 kilos de lechuga picada, asi para darle mas dramatismo al cuento.

Igual era una cantidad super considerable de lechuga. Una vaca se habria relamido entera y se le habría caido hasta un ternero de puro ver un pote como ese.

Entonces me dije a comer! Y partí a buscar el bol hermano, digamos... un clon. Mas o menos de las mismas caracteristicas. Sabía que era una operación altamente peligrosa porque atentaba contra todas las normas de vigilancia de mi madre.

Asi que agarré el otro bol, y traspasé la mitad de la lechuga. Agarré el mio y le empecé a echar todas esas porquerias que hacen que un poco de pasto tome un sabor fino delicioso y exquisito. Le puse todos los aliños aquellos que te hacen olvidar que en realidad estas comiendo pasto.

Y pasamos al ingrediente final. El aceto balsamico que mi mama tiene tan camuflado entre otros potes y cubiertos. Agarro el glorioso contenedor, le saco su tapa, y vierto no abundante, pero si en gran cantidad, aquel elixir fantastico que le dá un sabor tan característico al pasto mistico.

Y mientras caian gotas morenas vertidas con delicadeza sobre las lechugas picadas abundantes, miro bien de reojo, y con la cara transformada en un gesto de espanto, veo que al lado esta el otro pocillo identico. El clon gemelo y hermanable, con la cantidad de lechugas ya aliñadas que yo me habia robado.

- Merde, acabo de marcar la evidencia.

Y claro, porque la lechuga que tenía que devolver al refri, ahora estaba entera bronceada por los jugos de aquel aceite divino.

- Ahora si que la hice grande... me van a pillar.

Entonces se me ocurrió el principio basico de la emancipación cristiana. El factor por el cual se multiplican todos los problemas para minimizar su riesgo:

- La nunca mal ponderada y fantastica dilución!

Entonces agarré la lechuga ennegrecida, y me puse a revolver con dos tenedores, de forma que todas las particulas de aceto se desparramen y difundan suavemente por todas las hojas, minimizando sus sabores ancestrales.

Fue tan bueno mi trabajo, que ni se nota.

Solo que cuando llegue alguien con tanta hambre como yo, va a agarrar otro pote de lechuga, le va a echar un poco de este y va a decir:

- Carajo, esta lechuga esta podrida... está pasada a vinagre.



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